Llegué una madrugada de abril,
entre dos luces
que acabarían por acunarme:
pequeño, mediocre...
Apenas nada.
Mi nombre sonoro acabó apocopado,
como mi escasa realidad.
Un tránsito de proyección en alza
y un declive pronunciado
borró las huellas de la progresión
y me devolvió al anonimato.
Ahora trazo con cuidado la curva
que me lleva a la recta de meta;
el motor acusa el esfuerzo,
pero resiste,
con más suerte que astucia,
ante los imprevistos del camino.
Nos hacemos mayores amigo poeta y eso el cuerpo lo nota y nos lo hace saber. Saludos
ResponderEliminarEs inevitable, pero no debemos dejar que el cuerpo acabe en un sillón, por cómodo que sea. El ejercicio físico es muy útil para ser válido hasta el final, al menos el ejercicio de caminar diariamente.
EliminarUn abrazo.
Precioso y digno poema de tu trayectoria vital.
ResponderEliminarGracias por tu valoración, Tracy. Muchas gracias.
EliminarUn abrazo.
Yo llegué en abril también.
ResponderEliminarEra once.
Abrazo grande de anís.
Me adelanté a ti dos días, Sara. Era el 9 de abril.
EliminarUn abrazo.
Tu humildad engrandece tu camino y tu meta, Francisco...Muy bello e inspirador.
ResponderEliminarMi abrazo siempre.
Muchas gracias, María Jesús, no es un ejercicio de humildad, sino un reconocimiento.
EliminarUn afectuoso abrazo.