Se ha parado tu reloj a la hora en punto,
cuando bajaban las lenguas de fuego
y tu materialidad se hizo espíritu,
tal como desde siempre fuiste destinado.
Hace ya algún tiempo que eras
algo más que un rescoldo,
ceniza visible aplazada en el tiempo;
pero has esperado a la gran ocasión,
al momento álgido de Pentecostés
y te elevas al rebufo del soplo divino
con el gracejo, la galanura y el compás
de un airoso desplante en las Marismas.
Tenías el corazón lastimado, herido,
dos veces suturado, y una desgana profunda
hizo dominio en ti sin que pudieras zafarte.
Tú me enseñaste la puerta de la donación,
ese espejo donde mirarse y ver al otro.
Tú, ejemplo de sencillez y simplicidad,
coherencia entre tus silencios y tu proceder,
militancia callada y totalmente comprometida.
Querido Joaquín, has sido en la viña
un obrero ejemplar. Descansa en paz.