Por encima del calor,
del tiempo apacible otras veces,
y de los treinta días precedentes,
pasó el mes de julio
camino del recuerdo
o del olvido,
arrastrando en su huida
ilusiones y desesperanzas
en partes muy desiguales.
Fotografía de José Antonio Tamayo |
Como reincidentes cíclicos,
los parados sintieron el alivio
de la temporalidad estival
sin deseos de pensar en septiembre;
los imprudentes y los pirómanos
incendian un año más los montes
y se calcina la herencia forestal,
cada día más escuálida.
El contable que barcinó
para su propio silo helvético,
amenazó con papeles y los mostró,
cuya luz no es destello repugnante
para los nominados,
porque en este clima ibérico
la política tiene patente inquebrantable
al margen de los sucedidos.
Un tren endereza una curva
a toda velocidad,
dejando un rosario
de más de un centenar de cuentas desparramadas,
la mitad de ellas irrecuperables;
ahora lo que cuenta es un culpable,
un fallo humano
que devuelva la paternidad inmaculada
a la alta velocidad.
Pasó el mes de julio
camino del olvido,
pero hay cosas que no las puede sepultar
el sesteo agosteño.