¿Te has preguntado alguna vez, lector amigo, de dónde le viene al hombre las ansias de volar? ¿Y no te has preguntado nunca cómo ven desde las alturas los pájaros? No soy de aquellas personas que lo pasan mal en los aviones, pero tampoco de los que disfrutan cuando me ha tocado atravesar por entre turbulencias y se remueve uno en el asiento. Recuerdo uno de mis primeros vuelos, Madrid-Fuenterrabía, en un cuatrimotor Fokker, donde el vértigo se hizo protagonista del itinerario y en lugar de disfrutarlo lo padecí y de qué manera.
El lunes pasado subí al Metrosol-Parasol, rebautizado por el pueblo sevillano Las Setas, y comprendí un poco mejor el por qué de esta cuestión que me planteo. Iba magníficamente acompañado por Tomás y Encarni, mis hermanos de Marbella, y como sucede tan frecuentemente, los lugareños vemos las cosas de la ciudad cuando nos vemos forzados a mostrárselas a los visitantes. Por cierto, y perdonen el inciso, no se pierdan la exposición temporal de Gonzalo Bilbao en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Resulta que estas setas tan criticadas durante su ejecutoria han plantado un camino en las alturas que nos hace ver algo más que los tejados y las espadañas de la ciudad, y que pone ésta a nuestros pies, sin que haya obstáculos que perturben la visión hasta donde alcanza nuestra vista. Me había presentado allí sin cámara fotográfica, pero mis amigos Antonio Reina e Isidoro Jara, fantásticos fotógrafos, me tienen surtidos de todas las fotografías que uno pueda imaginar, y de ellos son las que aquí comparto con mis lectores. No les he pedido permiso, pero les conozco bien y sé cómo respiran.
Según se pasea, sin ningún sentido de peligro, se contemplan todos los puntos cardinales en derredor y se puede tratar de identificar la inmensidad de torres que se espigan por entre los tejados y las azoteas. Ninguna, claro está, comparable a la Giralda en esbeltez, majestad y señorío, pero todas ellas muy dignas de admiración y belleza. En los puntos más señeros, un cartel con una reproducción litográfica nos señala el nombre de cada edificio que se destaca desde las alturas, sobre los que fui corroborando mis aciertos y mis dudas.
Parece que todavía queda algún resto por pagar de esta obra económicamente faraónica, pero, en su vuelo, ha venido a satisfacer ese ansia tan humana, si no de volar, sí de otearlo todo desde las alturas.