Centón, dedicado a Cayetano Gea Bermejo
Para viajar sin salir de
casa
amparados por las sombras
con el amigo abandonado, el
perdedor;
nuca hubo un gesto no de
ella ni de él,
pero eso era tan solo lo
aparente;
supo esperar el momento
adecuado,
lo que quedaba de ella
dejaba oír el gemido del viento;
me apenaba verla sufrir,
me arrepiento todos los
días,
no sé si hice bien, pero no
se lo merece
cuando miro hacia atrás en
el tiempo…
Ya no volverá a ser lo
mismo,
es una prueba ─comentó con extrañeza─
que ahora no viene al caso:
Ruedas
grandes, seguid girando,
un
viejo rockero, un loco disfrazado de heavy,
sus
maneras delicadas intentan solapar los planes.
Próximo destino: la isla de
Rakutea.
Quince hombres en el cofre del muerto.
Yo, jojó, y la botella de ron.
El aguardiente y el diablo hicieron el
resto.
¡Ron, ron, ron, la botella de ron!
Todo ha sido un camelo.
En tu caso, tú y la otra
persona sois la misma,
la ilusión era escasa,
pero una vez que entra en
calor no hay quien pueda con él.
Yo no he venido aquí por
gusto,
soltó serio, lacónico, sin
inmutarse:
hay que esperar a morirse
uno
para comprobar si has
llegado al infierno.
La distancia es una herida
en el alma,
la cicatriz comienza a
cerrarse cuando existe el reencuentro;
para conocer el mundo en el
que vivimos
es necesario conocerse a sí
mismo.