Esta bruma de la mañana
es sofoco disfrazado de
sombras
que aguarda para el
zarpazo del medio día.
Beberemos frío. Nos
apetecerá
comer frío o templado a lo
sumo;
algunos comerán de lo que
haya
sin rechistar y conjugarán
el presente.
Se ralentizan los
movimientos
y el sudor es profuso.
Agua,
nada apaga la sed como el agua.
Somos tres cuartos de agua
y el agua nos convoca
al cónclave de nuestra
propia esencia.
Quizás seamos unos
desmemoriados,
pero nuestro organismo es
fiel
y vuelve siempre a los
ancestros.
Los campos son rastrojos
con brochazos ocres y
amarillos
y la mies duerme la siesta
en los silos.
El río serpea en
silenciosos regatos
y las despampanantes vides
están en todo su
esplendor.
La ciudad vegeta a pleno
día
y resucita por las noches
para aquellos que no
pudieron veranear;
en las capas inferiores,
en los suburbios,
bolsas de pobreza invocan
al pan de cada día.
Suben los contagios. Las
puertas del redil
de par en par y el rebaño
dislocado.
¿Llegaremos a discernir el
núcleo de la vida?