Tras el estallido al barranco,
y de allí al camino;
siempre movidos por una inercia ajena
que le empuja hacia donde no ha elegido.
Y sobre su intemperie:
la lluvia, el hielo, la temperatura extrema
y el continuo rozamiento
por un lento caminar que no ha elegido.
Y en la molturación de los días,
impacto, fracción, rozamiento,
una caída precipitada o no al lecho de un arroyo,
y la lija de los días sin término,
y el esmeril de los años incontables,
y la fricción entre quienes le acompañan,
y le siguen o le preceden.
Voltereta a voltereta
acabará un día por orillarse
y mostrar su perfil más atractivo,
lindando la perfección del círculo.
Un canto rodado, la no pertenencia,
la desnaturalización que transforma
aparentemente en un nuevo ser.
Absoluta semejanza
con algunas criaturas que vagan sin techo.
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