A mi madre.
Nunca fui algo extraordinario,
ni física ni intelectualmente,
a penas una medianía
que pasa desapercibida por la multitud.
Allá a lo lejos, un brote verde,
una futura ramita en el jazmín familiar
que siempre se vocaliza
con “E” de esperanza.
Es previsible que me agitara
en todas direcciones y derroteros,
pero alguien iba por delante
y también alguien me seguía.
Entre ambos, ni el más madrugador
ni el tan esperado broche de oro;
uno más en el rango de todos a una:
ni el más hermoso, ni el más grande,
ni el más tierno, ni el más aromático…
Un jazmín más, una estrella blanca
de cinco puntas nacaradas
en manos de la mejor jardinera.