Llegué a ti
cuando eras
sonrisa inmaculada,
verbo no vocalizado
y arrebol
que mancilla la aurora.
Llegué
cuando tu boca era granada
abierta
como compás accesible
o meloso,
abrevadero soñado;
cuando acariciarte el pelo
era electrizante.
Han pasado los años
y aquellas brasas
son rescoldo inextinguible
y certificado de
pertenencia,
de oblación, de respeto y de
entrega.
Fuimos dos
y seguimos siendo dos,
pero con linderos
unificados.