A Elena, que preguntaba hace unos días por mis orígenes
Parióme mi madre al fin
-tras nueve meses de espera-
una oscura madrugada
de abril, justo la novena.
El año cuarenta y seis,
-del siglo de la veintena-
dos años tras la nacencia
de Isabel, la primogénita.
Fui segunda descendencia,
ya que mi hermana, primera
en la genealogía,
Juan sería la tercera.
En la calle de la Fuente,
asistida por partera;
en la lumbre agua hirviente
y en la cama empapaderas.
La luna estaba en menguante
-menos de un cuarto tenía-
y no la quiso alumbrar,
pues nada extra nacía.
Mi abuelo Paco me dio
-orgullo que él sentía-
en la pila bautismal
su nombre sin hidalguía.
Gente corriente soy al fin
de hacienda y de abolengo:
ninguna grandeza existe
ni en descendencia ni ancestros.
De Ojén mi padre y mi madre,
de Ojén abuelos y abuelas,
de Ojén la media copita
y en Ojén fue mi nacencia.
¡Ah! ¿Qué debiera explicarte
dónde mi pueblo se encuentra?
¿Te suena la Sierra Blanca?
¿Te suena acaso Marbella?
Al pie de la Sierra Blanca,
a dos leguas de Marbella,
donde se baña la luna
desnuda como naciera.
En esa rural infancia
se desarrollo mi escuela,
y en la escuela de la calle
los juegos y las destrezas.
Corriendo tras el trabajo,
con constancia y sin pereza,
me recorrí media España
y más si preciso fuera.
¿Te has dado por enterada,
mi querida amiga Elena?
Ojeneto es mi origen
y el final el que Dios quiera.
No soy de aquí ni soy de allá,
se fue la edad y el porvenir;
ya sólo aguardo ser feliz
estando allá o estando aquí.