Todavía no sabía cómo,
pero tenía la determinación de afrontarlo,
de no mirar para otro lado
esperando que pasase la ola
y se resolviese por sus propios medios.
Tuve que buscar los bríos que no tenía,
echar mano a la osadía que en mí no había despertado
y que nacía en lo profundo de las vísceras.
Vencer o morir:
despertó en mi interior la certeza
y tuve que invocar a la voluntad con gran resolución.
No podía dejarme llevar por la corriente,
por esa carcoma del día a día
que acaba con la tenacidad
antes de ponerla en práctica.
No es fácil nombrarle guardia a la voluntad
y empujar a su cumplimiento a toda costa.
El miedo me atenazaba, me destruía;
oía en mi interior la voz de retirada
antes de haber hecho frente al objetivo.
Hoy puedo confirmar que el miedo atenaza,
que bloquea todos los instintos,
baja los brazos y también la cerviz.
Había tomado la determinación,
el instinto de conservación me hizo irreconocible,
aunque todo se removía en mis entrañas
con los espasmos de un vómito;
el miedo era superior a la voluntad
y la decisión, sin muchos razonamientos,
estaba tomada, aunque amenazaba la derrota.