Estos cielos grises y
despeinados,
estos días achatados por los
extremos,
con temperaturas más suaves
y esta lluvia liviana
que bebe con éxtasis la
tierra
y con sofocos el
alcantarillado.
El viento se ha hecho
violento
en las copas de los plátanos
de sombra
y ha sembrado de pequeñas
ramas
el paseo y también de hojas
verdes.
Todavía no ha llegado en
plenitud,
pero el verde comienza a
sestear
y le hace un guiño demacrado
a la estación que ya se
avecina.
En un banco se arremolinan
unos enamorados
y se arropa el uno al otro
en un confuso amasijo de
brazos
con tiernas carantoñas. El
amor
es en todo momento tan
exclusivo
como si se hubiera detenido
el tiempo,
como si un código secreto
revistiera a los enamorados
de invisibilidad para el
mundo.
No sabría describir el flujo
alterado de la savia,
pero sin dudas hay misterios
insondables
que uno contempla y no sabe
explicar.
El cielo de nuevo se ha
encapotado
con caprichosas figuras
grises de algodón
que recuerdan que la
vendimia
está en plena fermentación
y la naranja pronto
amarilleará.
No llueve. De momento no
llueve,
pero son muchos y firmes los
presagios.