En mi mesita de noche
anida una luciérnaga
que acompasa mi vigilia
y la endulza a voluntad
—con música y palabras—
iluminando la penumbra
y proyectando sombras.
Me abate el cansancio;
no quiero saber qué hora es,
entorno los ojos
y un desfile de nombres sin voz
pasa ante mí en formación caótica:
detrás de cada nombre, un problema;
detrás de cada problema, un borbotón sangrante;
detrás de cada sangrado, una vida sajada;
detrás de cada sajadura...
el deshilachado de una existencia.
Llevo la mano hacia la luciérnaga
y no me rehúye,
la acaricio y suena la radio:
allí otras voces,
otras historias descosidas
e igualmente sangrantes,
voces anónimas que se muestran
con suspiros lastimeros...
Cuando la madrugada es un páramo,
se hacen audibles sollozos y lamentos,
las voces opacas
que se nos sedimentaron en el alma.