El otoño fue despojando los
vestidos
de cada rama aleatoriamente
como se desmiga una milhoja;
observábamos, ¿recuerdas
aquella tarde fría?
Algunas dibujaban trémolos cansinos,
parsimoniosos; otras nerviosos
y agitados.
Las hay que fueron
arrastradas
por la virulencia de una
ráfaga
y náufragas hacia el abismo
donde posiblemente no nazca
el caos
pero se le parece como una
gota de rocío a otra.
Nos teníamos en el rescoldo de
las manos,
¿lo recuerdas? La tarde
aconsejaba volver
y algo nos retenía: nos
quedamos suspendidos
de aquel espectáculo grisáceo
y convulsivo
de hojas que navegaban
desorientadas;
fue entonces, cuando ya el
desnudo era integral,
que se nos brindó el festejo
caprichoso
de cinco aisladas hojas que
tomaron vida animal
y silabeaba nuestra canción,
con la tonalidad y la pasión
que nos conmueve.