Si la vida me viniera bien colmada,
expansiva como un día de sol
en el verano
septentrional...
Aprendí en mi propio
organismo
que son dos las edades del
hombre:
la cronológica y la del
reloj adelantado
por causas meramente
fortuitas;
en todo caso, una marcha
inversa
al momento de nuestro
aterrizaje en la vida:
lo que ayer fue un despertar
físico y cognitivo en
progresión,
mañana será merma imparable
como si la vida se
desacelerara
buscando la metamorfosis inverosímil
de ser nuevamente una
criatura.
Es posible que en un breve
plazo
me mueva con un andador
y manteniendo con cierto
decoro el aseo personal
o ni siquiera eso;
luego se mostrarán rebeldes
los esfínteres,
comenzaré a olvidar lo nimio
o tal vez a ponderarlo y soslayar
lo importante,
olvidar cambiarme de camisa
o calzoncillos
y hasta tener que entregar
mi aseo en otras manos.
Miraré sin ver o con el foco extraviado,
focalizado en ninguna parte,
y hasta no distinguir la
prosa del verso;
me llegará el aislamiento
más absoluto
cuando pierda el oído en el
tumulto del silencio
y sin tiempo de aprender a
leer los labios,
por lo que pasaré a ser un
mueble más del mobiliario;
pero la verdadera hecatombe
sería sobrevivir a mi esposa
y perder su tacto entre mis
manos.
No sé, tampoco quiero
saberlo,
cómo será mi final, todo lo
que le pido a Dios
es capacidad para aceptar su
voluntad
e ir resolviendo el día a día
como buenamente pueda ser.