El labriego que siembra esperanzado
y entorna los ojos musitando
la sinfonía de la lenta germinación.
El que abriga su soledad con tintes de esperanza
y deshoja una margarita conjugando el futuro.
El que agradece la lluvia y hace sones rítmicos
con el chapoteos de sus pies descalzos,
emulando la infancia que no quiere borrar.
El que descubre el placer de las relecturas
y se orilla en los márgenes y en los subrayados.
La mujer en cinta, colmada de esperanza,
mientras acaricia a futuro la curvatura de la
felicidad.
El estratega que hace trabajar a sus meninges
tratando de colocar el seis doble,
mientras saborea el café de sobremesa.
El poeta que recela de la fase menguante de la luna
como de una taza desportillada.
La mujer y el hombre que atesoran sueños
y los salvaguardan en castillos de naipes.
Los que no tienen nada que ganar ni perder,
porque es a ellos a quienes les va la vida
en las garras de la guerra.