Me empuñaron la Espada al nacer,
pero ni lo alcancé,
ni tengo fuste de héroe.
Mi padre me enseñó a gozar
de la lectura
y ésta fue nutriente de la
imaginación,
aunque en ese terreno no he
consolidado
grandes gestas, esos
imposibles
que tanto distan de mi
personalidad,
tal y como a mi poquedad
corresponde.
Lo mío es un pasar de
puntillas,
desapercibido; en la baja
tonalidad
donde no hacen escalas
tenores y barítonos.
Al viejo que ahora soy
le están grandes las
charreteras
del éxito nunca buscado ni
alcanzado,
aunque confieso que voló mi
espacio aéreo
en alguna noche de insomnio.
Todo lo que espero hoy y en
adelante
es empequeñecer, ser
coherente
con la merma consustancial a
la edad
y con mi contrastado nada y
vacío.