Han pasado veinte siglo,
Herodes ha cambiado de nombre,
pero la hiel fermentada y putrefacta,
siempre está sedienta,
siempre aderezada con nuevo aliños y alianzas,
siempre vil en sus vilezas,
cual alimaña.
Se nutre de la ternura de la infancia,
donde adoba su mala inquina
y el desprecio más absoluto
por el género humano.
Han debido pensar que está en Gaza
el Divino Niño
y la fórmula inequívoca es el exterminio.
Ni siquiera mirar de soslayo
a los habitante de los escombros,
sino interrupción definitiva
que nunca jamás puedan germinar.
Han pasado veinte siglos,
pero el longevo Herodes tiene su sangre envenenada
y el genocidio lo asume
como mal menor,
como un viejo remedio.
Ayer como hoy, otros nombres,
distintas circunstancias, pero el mismo ideal,
idéntica obstinación:
acabar con la semilla para siempre.