La notoriedad, como la moda,
es de fácil mudanza;
a veces se exhibe por plazas y avenidas
jugando a la intemporalidad
de la intemperie
que conceden las estatuas,
otras al derribo por suplantación
o por el capricho político del presente.
Así, el aclamado de otro tiempo,
en su pose hierática de piedra,
inalterable al curso de los días,
─salvo a la contaminación─
sigue insistiendo en su estética estática
en el desenfado de su pose gallarda
que le fue otorgada por el cincel
que quiso plasmar sus glorias
más allá de su carácter.
La notoriedad, por tanto, es intransitiva
a largo plazo o será que antes o después
tiene caducidad toda dignidad concedida
a honores y reconocimientos.
La memoria es frágil, sumamente frágil.
¡Cómo para acordarme ahora de los reyes godos!