Yo
sí te creo, mujer. Un escalofrío brutal me sacude el pecho, un zarandeo de
animalidad por la barbarie de tomar al asalto la jurisdicción que sólo el amor
o la suma positiva de voluntades adultas franquea. Le llaman violencia de
género. Seguro que entre los mentores no había un filólogo que bautizara la
infamia de forma más apropiada. Yo sí te creo, mujer, y te reconozco tu libertad,
tu albedrío, y tu dignidad de ser humano, y de criatura divina, y tu capacidad
de elección. Que juzguen los magistrados ajustándose escrupulosamente a las
leyes, que sean rigurosos y ofrezcan garantías a los acusados. Pero que nadie
ponga en duda que cuando una mujer dice no, es no. Yo sí te creo, mujer.
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28 noviembre 2017
19 agosto 2017
UN FALSO CREDO
Un gentío arracimado,
una rumorosa rambla
desbordada de gente
de todos los pelos,
de todos los tintes posibles
y de todos los acentos,
como río tras la tormenta
que arrastra cuerpos
sorprendidos
y fragmentos de existencias inverosímiles.
Por el paseo sin bolardos,
un furgón asesino segando
cual motosierra
en zigzag de orilla a
orilla,
un falso credo que en vez de
amor siembra muerte,
que pone el acento en el
odio esdrújulo
en lugar de alumbrar la paz
a una sociedad próspera y
distendida que pasea.
Aguas abajo, un ruido
ensordecedor
que anuncia catástrofe
y una desbandada de palomas
blancas
tratando de guarecerse.
En un fugaz momento, la
confusión y el caos,
una imagen dantesca vilmente
preconcebida;
sangre que corre, sangre que
se estanca,
sangre que se aferra a
seguir latiendo
y un paisaje desteñido de
ocaso,
a las cinco de la tarde.
Muerte. Agonía a destajo,
una leva que arrastra
la vida misma, envuelta en
el fragor
de la asesina sorpresa;
un falso credo que tanto
cuesta creer.
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