Esa luz madrugadora y tibia,
asomada al Atajo y haciendo
plenitud en la cuesta del Calvario.
Ese menudeo rubio ascendiendo,
subiendo y bajando bancales
y tintando de vida renovada
los caminos y las veredas.
Ese encanto de hortelano jardín
acariciando la tierra agreste y dura,
y sirviendo la mesa, según temporada,
de los frutos del sudor humano,
donde el naranjo era el denominador,
como en la sierra lo era el algarrobo.
Las minas a una hora o más de camino,
el agua susurro y socorro bien cuidado
y la luz solar derroche de la naturaleza.
La escuela de los niños en el Toledillo,
la de las niñas en la recoleta Plaza,
los pupitres de a dos y un tintero,
y el reloj de la Iglesia marcando el ritmo
a la música de la tabla de multiplicar.
En cada amanecer de hoy día,
la estela del amanecer de Ojén a la vida.
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