Ya sabemos que no hay nada eterno, pero algo que viene sucediendo ininterrumpidamente durante 36 años no es baladí. Anoche, sábado 7 de agosto, tuvo lugar en mi Ojén (Málaga) natal, un año más, uno de los encuentros flamencos de más prestigio de toda Andalucía. Como desde el comienzo, presentado por Salvador de la Peña, fueron pasando por el escenario cada uno de los intérpretes haciendo las delicias de un público que abarrotaba el aforo. Si durante muchos años fue Camarón la cabecera del cartel, en esta ocasión ha sido Miguel Poveda, un catalán de nacimiento y andaluz de vocación que no sólo no defraudó, sino que se metió al público en el bolsillo desde el primero de los cantes.
Sé que muchos de los que acceden a esta página no tendrán interés alguno por un arte tan de minorías, pero no siempre tiene uno ocasión de hablar de su pueblo y no estoy dispuesto a dejarla pasar de largo. En cuanto sonó el primer rasgueo de guitarra me sentí transportado a aquel rincón de la taberna de mi abuela Isabel, donde se desgranaban los cantes en una vieja gramola a la que había que hacer girar el manubrio de tanto en tanto antes de que la voz languideciera. Anterior a la radio, los sonidos de mi infancia tienen mucho que ver con aquellos discos de pizarra y 78 revoluciones que milagrosamente encerraban las voces de Vallejo, Caracol, El Pena, La Niña de los Peines, Marchena, Palanca, El Niño de la Huerta… Decía León Felipe:
me acunaron con cuentos; en cambio yo me considero acunado por cantes: los de aquella vieja y querida gramola, y los de los clientes que trasegaban los chatos de vino.
Volviendo al presente, anoche la XXXVI edición del
Castillo del Cante fue un éxito total con un rasgo común de calidad en todos los intérpretes que hablan de la larga trayectoria de dicho festival. Actuó en primer lugar
Jesús Corbacho, una joven promesa de cantar melodioso y afinado que abrió la noche con malagueña rematada por verdial;
El Pibri de Álora desgranó sus cantes de estilo libre con casi todas las facetas de los cantes malagueños y fandangos según voces que le precedieron, con especial gusto en los cantes del
Piyayo y una agradable y dulce bulería con la letra de
Ojos Verdes; le siguió
La Cañeta de Málaga poniendo la gracia, el duende y el compás a sus muchos años y muchas tablas; finalmente cerró la primera parte del espectáculo
Miguel Poveda, quien merece capítulo aparte. Tras el descanso, se abrió paso el baile de la esbelta y firme figura de
Sergio Aranda, un mimbre de piernas poderosas y rabia controlada, especialmente en la soleá; continuó la bellísima
Marina Heredia, con su voz de címbalo ligeramente quebrado y aromas del Albaicín; cerró la noche el joven onubense
Guillermo Cano, el cual tiene la virtud de hacer lo clásico y sonar distinto, a nuevo, a personalísimo, a poderoso.
Cuando
Miguel Poveda se plantó en el escenario lo hizo en silencio, y se mantuvo estatuario, sentado con porte juvenil y estampa antigua. Se masticaba el silencio, aguantó hasta que todo el público quedó expectante y rompió con un cante sin acompañamiento a modo de tarjeta de presentación, como credencial de que él es la figura indiscutible del momento. Continuó por alegrías, malagueña rematada por fandango de Lucena por bulerías, siguió con una soleá cantada como si la invitación imposible a Mairena y Marchena se hubieran hecho presentes en el escenario, luego vinieron los tangos, los cantes de Levante y las bulerías. Si en todos los cantes dejó maestría inigualable de su cátedra, en las bulerías destapó el tarro de las esencias dejando regusto de martinete, cartagenera, alegrías, soleá, fandango, seguiriyas… ¡La apoteosis! La totalidad del público puesto en pie le obligó a un bis solicitadísimo en el que nos ofreció el paladeo de una copla que podría ser un nuevo palo flamenco.
Una noche inolvidable que acabó pasadas las seis de la mañana, con un público que jaleó e hizo compás cuando la ocasión lo permitía, removidos de excitación en sus asientos. Un espectáculo total que confirma la larga tradición de este festival de Ojén y de su prestigio.