Moduló agosto sus últimos
días
en tonos desabridos, con
algo de lluvia,
como quitándole importancia
al final de las vacaciones.
Y esta alma cándida que
porto en algún lugar
a modo de mochila sin lastre,
la que se ha amoldado al extenso
veraneo
como bebé a la teta materna,
ya siente añoranza
de esos amaneceres de estío
impagables,
cuando la luz se despereza
por el levante,
y esas tardes de siesta que
para los relojes
de puro no hacer nada.
Se me han quedado
desabrochados
no pocos abrazos que no
llegaron a encontrarse
y repetir encuentros
con aquellos que me dejaron
la boca amarga
de lo que sabe a poco.
Dos días. Tan sólo dos días
a la playa
y ahora me costaría lo
indecible
reconstruir los pocos pasos
dados
y los soñados y leídos.
Marbella y yo. Uno de los
dos está serio.
Y Sevilla…
Y Sevilla como un punto y
seguido
del pespunteo cotidiano de
mi vida
y el encuentro fraterno
en el dulce fragor de la
Plaza de San Lorenzo.