¿Qué estrella te ha puesto
en mi camino,
─sortilegio divino─
y te ha indicado el sendero
por el que accederme y
colmar
los colores de mi paleta eclipsada?
¿Qué lazarillo ha precedido
el pespunteo de tus pasos
sembrando de ónices el atajo
por el que atraparme
en tan opaco como frágil estado?
¿Qué sabio ha señalado con
su índice
o te ha soplado la palabra
justa
con la que emborrizar de
azúcar
el pedernal de mi corazón
maltrecho,
para salpimentarlo de
juvenil anhelo?
¿Quién ha dictado en la
caracola de tu oído
el pensamiento preciso, la
dicción adecuada
con las que arropar mi alma
de las postillas de que van
dejando los días
en la secuencia estéril de
lo insípido?
¿Quién ha insuflado tan chispeante
proceder,
las hilaturas y el brocado de
este mantel
en el que ahora banqueteamos
el encuentro
y nos hacemos luz,
estrellas, firmamento…
anonimato celeste, en este
abrazo
que ha nacido con vocación
de eterno.