Vivir no permite ensayo:
hay que pasar y jugársela
en directo por la escena de la vida.
El día era largo y eternizable
en los bancales y veredas,
donde el sudor profuso,
pero fugaz en el dulzor ocioso
y placentero de la plaza.
Eran tiempo felices,
porque así de insolente
se manifiesta la juventud;
pero al cabo, tiempo de penuria
donde la impronta es siempre una sonrisa
en la que eternizar el hoy
con la amenaza soterrada del mañana.
Es fácil mirar atrás y ver el camino,
leer la historia en las enciclopedias
mucho más que la amarga o dulce
experiencia vivencial,
ahora imposible.
La vida no admite ensayos,
como tampoco representaciones escénicas:
ni guion, ni apuntador,
tan solo el vértigo del directo
con escasas opciones de triunfo
o de un probable y estruendoso pateo.