Hambriento de su boca,
le pedí un beso,
pero se acababa de pintar
los labios
y lo aplazó cercano al
para siempre,
donde debe morar la
desesperanza.
Y yo desvelado por esta
sed endémica.
Le pedí su mano con todo
el formalismo,
con todo el rigor de
grandes ceremonias
con el que se firman las
promesas;
con un pedrusco en oro
blanco
que me había dejado
escuálido el bolsillo.
Y me obsequió con un
sonoro silencio
y desorientado delante de
testigos.
Me dijo en tono envolvente,
después te llamo,
Y esperando se me agotó la
batería,
y me quedé desvelado y
ojeroso
mientras seguía en espera.
Y nació un nuevo día de la
penumbra,
igualmente oscuro y
desalentado.
Después, mucho después,
estaba tan ajada como yo
mismo,
y se agotó mi insistencia,
y se extinguió mi
perseverancia…
Y acabé por olvidar su
nombre,
después de tanta
itinerancia vacía.
Pobre, después de tanta insistencia no consiguió que le hicieran caso. Buen poema. Un abrazo.
ResponderEliminarQue pena cuando no se es correspondido en el amor, se sufre mucho.Saludos
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