La Alameda es infinita de tu mano.
A cada paso, a cada sobresalto,
en cada pestaña de sus losas
un leve temblor narra en silencio
la aventura de ese crucero
en el que viajamos por aguas mansas.
Entono los ojos y canturrea tu pulso.
Tus latidos acusando recibo de los míos.
Yo callo. Tú callas, pero nuestro cuerpos
sobrenadan al interior del otro,
buceando por canales azules y alados
para atrincherarse en el corazón.
Conozco los secretos de tus adentros
llevado por el campanilleo de tu pulso.
No hay palabras. Nos miramos con una sonrisa.
No hay secretos. No hay taludes ocultos
que no seamos capaces de desvelar
en la intimidad del otro, y sin alardes.
Me miras y suspiras. Te miro y suspiro.
Tu mano. Mi mano. El navegador
que desentraña los recovecos íntimos,
el descifrado de cada pulsión o caricia.
La voz silente de tu interior profundo
comunicándose a gritos conmigo.