Escucha el gemido del aire,
el llanto de otros ojos
ajenos
que también lloran la
intransigencia
de unos intolerantes que
ponen a su Dios
como pretexto, como si no
supiéramos
de la exclusividad y la
bondad del Único.
Hay un discurso canceroso,
un decir envenenado,
entre quienes siembran el
odio
prometiendo el paraíso, y
sólo es edén
de jardines calcinados
que blasfema contra la mano
del Creador.
¿Qué oscuros telares, qué
roñosa urdimbre
socava las mentes hasta
licuarlas
y pone una daga en tan
zafias manos?
Si Dios no es Amor,
no es Dios;
si no trato al otro con
amor,
no soy de Dios;
si no cuido de la
Naturaleza,
no soy de Dios;
si no respeto a todos los
animales,
no soy de Dios;
si para mí no todo hombre es
igual de digno,
no soy de Dios.
Escucha el gemido del que ha
sido degollado,
el desparramo de miembros
dispersos
─también del fanático que se
inmola─
que salpica la conciencia de
los inconscientes
y, en especial, de quienes
barajan
en el tablero funesto del
orden criminal.
Es más fácil segar muchas
vidas
que segar la hierba que
crece en el jardín.
No es fácil combatir esta
batalla,
detectar dónde duerme un
criminal agazapado
dispuesto a dar la vida por
la muerte,
como tampoco es fácil ─ojalá sea posible─
encontrar la llave maestra
que pueda oxigenar tanta
mente obtusa.