Habían acortado los días
visiblemente
con un recorte de luz al
atardecer,
llegaban como con prisas los
dorados del horizonte
y acabábamos la tarea antes
del agotamiento.
Aquella tarde habías querido
conocer de cerca
la faena agrícola y todo te
resultaba un descubrimiento:
primero fueron las granadas,
esas bocas granas,
esos dientes fielmente
alineados que invitan al banquete;
luego fue la corta de las
calabazas y el acarreo.
Te preguntabas por qué
dejaba a cada fruto tanto pedúnculo
y pensabas que era para
facilitar el transporte…
Es más fiable abrazándola y
depositarla con cuidado
sobre un lecho de paja o
similar, seco y mullido,
donde pueda dormir la espera
que precede al consumo.
Acabada la tarea, tu boca
fue el manantial donde apagar la sed
y tu mano el asidero por el
que unir nuestras vidas
y rubricar las viejas
promesas, tantas veces renovadas.