Me sentía muy aturdido:
apagué el ordenador,
cerré el libro y salí de
casa buscando aire
como quien trata de salir de
sí mismo.
Te encontré en el parque
─entre la umbría arbórea─
en arropada compañía femenina;
te pregunté, te inquirí, te
interrogué,
pero guardabas silencio
pétreo.
Sentí frío ante tu marmórea
presencia
como si se me deshelara el
ánimo;
permanecías impertérrito,
callado,
en profundísima silente
pose;
se agudizó mi angustia
mientras unos jóvenes
retozaban
ufanos sobre la hierba.
Regresé abatido. Ya en casa,
encontré tu voz impresa que
me decía:
“Volverán las oscuras golondrinas…”
Entonces pude comprender
que esto mío es pasajero.