Luna llena,
reina de la noche
con su vestidura talar
de oro, largos flecos lumínicos y alamares,
un espejismo al que mañana
le faltará un mordisco
por encima de su hombro desnudo,
y así, día a día
hasta la decrepitud
de una ilusión que se desvanece
sin llegar a cuajar.
Es tanta la soledad,
tanta la añoranza que deja,
tan creíble y certera la ilusión de la noche,
tan esperado el milagro
de los caminos que surcan el firmamento,
que conviertes lo soñado
en tangible…
Tengo memorizada tus huellas
y cada uno de tus destellos;
no me digas que es fiebre
de mi mente enferma:
morir es más suave
que perderte para siempre.