Acabo el día pronunciando tu
nombre
en la umbría de mi soledad,
en este confinamiento
como destierro de todo lo
preciado,
como dieta sosa que se pega
al paladar
y no hay forma de ingerir,
ni escupirla tampoco;
si el día es un desierto
donde la vida late oculta,
llegada la noche, el frío
abre su ventana de óxido al
infinito
y la fatiga se asocia al
moho de las entrañas
arañando el alma en ambas
direcciones.
Como hueso de aceituna que
se burla
en boca desdentada,
así los escalofríos de la
musicalidad
de tu nombre, morfema a morfema,
hasta quedar rendido
si-la-be-án-do-te
en la espesura negra del
manto de silencio.