A
Pepa y Paco con mis dos manos amigas.
Cincuenta años, mi amor,
hace cincuenta años
que teníamos veinte,
que éramos ríos desbordados
conducidos por acequias de
fuego
que se buscaban para
incinerarse en el otro;
ahora, tras la sequía,
─lava apagada─
vivimos este barbecho
donde la pasión sestea,
al tiempo que florece
un sosegado retoñar de
ternura:
un nuevo amanecer
donde los ríos no
contabilizan el caudal
sino la persistente
constancia
en el mapa de nuestra piel
y en la singladura de nuestro
corazones.
Cincuenta años, mi amor,
hace cincuenta años
que teníamos veinte,
y aquí andamos:
aquilatando los días
en espera de una buena
propina.