Para hoy, Día de Andalucía, había
pensado en escribir algo relativo a ese sentimiento tan subcutáneo que es el
amor a la patria chica; pero luego me he figurado coincidente con muchos otros en
la efemérides y no es cosa de repetirse. Y como nuestro himno dices “Viva
Andalucía libre”, como aspiración, cuando fue escrito por Blas Infante a
comienzos del siglo XX y sigue siendo aspiración hoy, me tomo la libertad de
hablar de otro tema que espero no sirva para alimentar la razón de los no creyentes,
sino para hacer reflexionar a los que nos consideramos cristianos.
En Sevilla, donde la Semana Santa
ha llegado a ser mucho más que un hecho religioso para convertirse indebidamente
en una manifestación social y cultural, es costumbre en muchos bares de la
ciudad un cartel que anuncia los días que faltan para el Domingo de Ramos. Los
hay tan ardorosos que ya colocan el cartel el lunes siguiente al Domingo de
Resurrección, mientras que otros más cautos esperan a la llegada de la cuaresma
o su cercanía. Con las nuevas tecnologías, esta costumbre se ha contagiado a
las redes sociales y tengo un amigo que publica una foto diaria de una de las
imágenes que procesionan en la Semana Grande de Sevilla con un breve texto
anunciando los días que faltan para el Domingo
de Ramos. Pues bien, ha cometido la imprudencia de usar una fotografía hecha
por otra persona y entre ambos han hecho una pequeña disputa, sin mayores
consecuencias, que me lleva a la siguiente reflexión.
Jesús de las Penas |
Creo que es importante respetar
la propiedad intelectual, pero las cosas sólo tienen la importancia que se les
quiera dar. Cierto que ha usado la foto ajena, pero lo ha hecho para anunciar
la proximidad del evento religioso en el que el otro también cree y no con el
fin de adjudicarse titularidad que no le pertenece. Si nos ponemos tan
exquisitos, no sería suficiente que quien dispara la foto se conforme con decir
el nombre de la imagen, sino que también debería mencionar al autor de la
talla, al de la policromía —no siempre
el mismo—, al que ha hecho el paso, la candelería, los bordados, los exornos
florales, al vestidor... Todo esto me
lleva a pensar que nos hemos olvidado de la sustancia para quedarnos con lo
epidérmico.
La Semana Santa es una forma de
evangelizar nacida en la Edad Media —cuando
la mayoría de las personas no sabían leer y escribir—, donde lo importante no
es la imagen del Señor del Gran Poder, del Cristo de la Expiración o de Jesús
de las Penas; ni siquiera importan, salvo para el aspecto artístico sus
autores, sino el símbolo de aquel a quien representan; el resto es madera policromada. Pero lo queramos o
no, hay un gran número de creyentes obtusos que se quedan extasiados ante una
imagen y su manera de andar en la calle y hasta en los cirios y la banda de
música que le acompaña, sin interiorizar la invitación a la fe a la que nos
convoca. Hoy todos sabemos leer y podemos acercarnos a la primera carta de
Pablo a los corintios, para ver que algo remotamente similar sucedía entre los
primeros cristianos: “Yo soy de Pedro; yo soy de Pablo.” Yo soy de Cristo, mi único líder, el resto son
personas o imágenes que representan y me acercan al que
es el Camino, la Verdad y la Vida.