Fotografía de Antonio Jesús Rueda Pérez
Tengo esa luz áurea memorizada
en mis infantiles meninges,
ese atardecer dorado de tantos días,
como lastimeros o quizás heridos,
antes de ser sombra tupida
y sellarse en noche plegada.
Desde este mismo punto,
pero también más al levante
o más próximo a esos montes
que serenos y pardos le acompañan
en su declive, cuando la mar se derrama.
Al frente el Atlas, un poco más escorado,
en medio de la mar, el Peñón
y su injusta verja divisoria, aunque franqueable.
En la penumbra de lo inmediato,
una caña enhiesta, un aparejo en tensión
y el tesón del paciente pescador
que invierte tolerante espera, tras cada lance,
y dormita el tiempo en la musicalidad salobre.
Tengo esta luz, y también sus variables,
en la memoria indeformable de mis recuerdos,
y acudo a ella de forma reiterativa
cada vez que la nostalgia se hace densa
y me saca sin el menor esfuerzo de mi presente.