A mi amiga Chelo de la Torre
Hay una línea recta,
que como la mirada que escruta,
cruza los valles, las dehesas y el mar
con idéntica agilidad que el viento
y es capaz de llegar a otro continente
imitando al horizonte.
Hay una línea en espiral,
como un torbellino en aspersión
que gira alrededor del monte,
y sube, y sube, y sube
escalando alturas
hasta sobrepasar la cima
y hacerse infinito hasta desaparecer.
Hay una línea quebrada en zigzag,
que, tras tomar aliento,
sube con ímpetu por la escalera de Jacob
y, peldaño a peldaño,
desaparece por el inmarcesible cielo
y no deja de subir buscando el infinito.
Hay unas líneas paralelas
que avanzan guardando las distancias,
como una pareja de guardias
haciendo la ronda,
como las vías del tren que te llevan
al próximo apeadero
o al glamour infinito del Oriente Exprés.
Hay una línea cerrada en sí misma
que si la inicias con ímpetu
puedes padecer un vértigo tal
que creas despeñarte
por la montaña rusa.
Hay una línea curva y abierta,
como la cuerda de una comba,
que te hace saltar de jovial alegría
y te devuelve a la dicha infinita
de la alejada infancia,
donde los juegos y la merienda
asumían toda la importancia.
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