La quietud es silencio, es música tibia,
contemplativa, sin clave ni metro,
tan solo ritmo que se acompasa
a los efluvios del corazón
cuando se mece involuntariamente
y bombea su sabia agridulce
por la arboladura y cada uno de sus miembros.
Es nevada nocturna, sigilosa, callada,
que viste de armiño lo opaco y oscuro,
al tiempo que tiñe los malos pesares
de alba inmaculada e incólume
o por el contrario de los peores presagios.
La quietud es esa extensa comarca
de colinas de almendros en flor,
que hasta los insectos evitan rasantes
para no perturbar o modificar la partitura,
que en suma sabe y huele a inmensidad.
Toda mi gratitud por esta música, por esta alba inmaculada con su hábito de armiño, por estas colinas de almendros en flor.
ResponderEliminarUn abrazo, Francisco