Dos pájaros en
acrobacia, una armonía
de alas desplegadas
e inertes cuerpecillos
que evolucionan
como un adagio,
dulce y quedamente.
De pronto, un
escorzo, un imprevisto
y suena un andantino
en sentido vertical
para acabar
suspendidos en la nada,
atraídos por el
color púrpura
de unas florecillas
enajenadas
que penden de un
frágil y testarudo tallo.
Sus cuerpos son una
amalgama puntillosa
de azules y verdes,
de grises azulados,
como capricho de
pequeños brochazos
impresionistas y
sutiles.
En sus alas, una
disputa de azules violáceos
articulan sus
goznes a su antojo,
según la maniobra y
el ritmo
que imponen los
vientos.
Curiosean por entre
los pétalos
y cuando el
objetivo es apetitosa diana,
no dudan en enfilar
sus largos picos
con la celeridad
que el director de orquesta
indica atacar a
timbales y platillos:
enfilando hacia el
pistilo,
una alternancia de
picos codiciosos
se entregan a la
faena con vehemencia vivace.