En Lisboa hay una mirada
que remonta el Tajo
desde la Torre de Belén
y otra que navega sobre las
olas
atlánticas soñando caminos
y levando el pendón
con el jolgorio de una
bienvenida.
Entorno los ojos, y un
ámbito de saudade
se regodea en sí mismo
y deja en el aire ecos de
fados
de la noche anterior.
De algún modo, al no ser
navegable,
da la sensación de mayor
proximidad
hacia Sao Paulo que hacia
Toledo.
De repente, me saca de mí
mismo
el sonido férreo del tranvía
con su caminar renqueante
y esforzado al subir las
cuestas;
la melancolía se hace niebla
invisible
que cala hasta el tuétano
y allí se instala como coda
sonora
que evoca paisajes y
situaciones.
Al otro lado del puente, un
abrazo
de piedra en la cota más
alta.
Lisboa, mixtura de sentires.