Bajo el alero del amanecer,
tez de sombras
y de dulzura ajada y desteñida
de sospecha,
tamizan el plomo del odio y
lo hacen púrpura
con infantil mirada, rebuscando
entre los cubos
y casi nunca hallan nada.
Un trozo de metal, una chapa oxidada,
una vida aún útil que quiere
ser prolongada,
algo de hierro, una vieja
lavadora y su motor
que pide ser devanado y
peinar los filamentos
en un buen ovillo de cobre… Un revoltijo desordenado
de aciaga fiesta en el
suelo, basuras desparramadas.
Por las callejas, ajadas sombras,
escudriñan su entidad
estigmatizada:
¡Rumanos tenían que ser!
En un maltrecho carrito que
se fugó
del área de estacionamiento de
una gran superficie,
con su cantinela excéntrica
de roces,
descamisado él y con delantal
y pañuelo ella,
sueños de dos
refugiados,
─europeos de tercera─
reciclando desechos y odios
por un mendrugo escaso de
pan, soñando olla y cuchara.
¡Qué rápido se nos olvidó que este pueblo nuestro pasó hambre, tuvo que emigrar y sufrió mil penalidades como emigrante y refugiado!
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Lo que más me enerva es que los pobres españoles busquen la exclusión de los otros pobres reclamando "sus derechos"; por otro lado, los numerosos bulos en las redes sociales de lo bien que viven los extranjeros con nuestra generosidad.
EliminarUn abrazo.
Decimos que son rumanos, para no avergonzarnos de que también hay españoles entre ellos, mientras que no reconozcamos que también estamos ahí, no solucionaremos problemas.
ResponderEliminarUn abrazo.
En este caso, Emilio, me refiero al desprecio con el que algunas personas descalifican a los más pobres de Europa.
EliminarUn abrazo.