A Pepita, por y para toda la vida.
Si amar es poner al otro por delante,
tú me precedes en mis desvelos;
si es no comprender lo irracional,
tú eres la utopía de mis ensoñaciones;
si amar es someter la voluntad al otro,
tú eres el timonel y el faro de mi singladura.
Por eso, y por cuarenta y tres motivos más:
eres la coda inagotable de mis pensamientos,
la sonrisa en la que caramelizo mis pesares,
la mirada de miel que me subyuga y me sujeta,
la brújula y el sextante de mi derrotero,
la prudencia y equilibrio de mi locura,
la hucha donde atesorar mis despropósitos;
porque hemos crecido para la unicidad,
porque eres la antorcha de nuestro camino,
porque eres la madraza de nuestra
descendencia,
porque sabes bachear mis debilidades,
por tus cuidados intensivos y perennes,
porque tu ternura es como de mazapán y
arropía,
porque despiertas mi pasión y me electrizas,
porque cuando me besas el mundo se paraliza,
porque te has probado en lo favorable y en lo
adverso,
por no saber deletrear la palabra celos,
por ser mi lazarillo y pastar en mis locuras,
por pensar distintos y encontrar el fiel de
la balanza,
por ser el oasis y abrevadero de mi sed,
por la vaselina de tus manos sobre mi llaga,
por envejecer a mi lado con la cítara de
entonces,
porque despertar a tu lado es inaugurar la
vida,
porque me arrullas en tus silencios,
porque te privas para obsequiarme,
porque asistimos juntos al anochecer de los
días,
porque has desabrochado tu vida donándote,
porque eres la piedra angular en la que me
edifico,
porque tu bondad es abundancia derramada,
porqué planté mi universo en los límites de
tus manos,
porque eres mi musa, mi inspiración, y mi
lira
cuando me abrazas y me diluyo en ti;
porque si fuera factible, renovaría por otros
cuarenta y tres,
vivamos como hasta ahora hasta el final del
partido.