Con la lluvia,
se ha refugiado el sol
y habitamos las tinieblas.
Se agudiza el pánico
con el ensanchamiento del
coronavirus
y la política anda
atrincherada
en el corto plazo
de las próximas elecciones
o vaya usted a saber qué
intereses les mueve.
Todavía no hemos sabido
descifrar el mensaje
y seguimos sin corregir una
coma,
como si esta pandemia fuera
ave de paso
camino de desaparecer
sin dejar tras de sí un
cambio profundo.
Gracias al Covid-19 hemos descubierto
que una gran parte de los
niños de los países ricos
no tienen medios informáticos
y en el resto de mundo deben
ser mayoría:
las clases presenciales se
hacen obligatorias.
Un número muy considerable
de trabajadores
están a la espera de su
reincorporación
y sobreviven con una ayuda
estatal
que anuncia su desaparición
sin que puedan volver al
trabajo;
pero el drama son los que trabajan
en precario,
sin derechos, sin seguridad
de ningún tipo
y acumulando deudas.
Los autónomos, falsos y
verdaderos,
pertenecen a otro escalón
social
donde la penuria y las
deudas
luchar por la primogenitura;
la distancia social se hace
cada día más ancha,
mayor la brecha entre
quienes no carecen de nada
y quienes carecen de todo. Encima,
éstos viven en casa de juguete
y hacinados.
Un pacto con las empresas de
suministros
consiguió que a nadie corten
el fluido eléctrico
o el agua por falta de pago,
pero las deudas se suman a
la de los alquileres
y la empresa pública vende
los inmuebles
a los fondos buitres…
La lluvia en Sevilla, es una
maravilla.