Anoche llovió metralla,
relámpagos y truenos infernales;
llovió de forma continuada y exterminante.
Murieron muchos,
tanto que los números espantan;
desaparecieron algunos bajo los escombros.
¡Qué dolor! ¡Qué asfixia!
No hay luz, tampoco gas.
Ni se compra ni se vende;
no quedan géneros en los almacenes
y las alacenas son espacios con eco.
Los hospitales solo cuentan
con paños calientes,
balsámicos ante tanta estridencia.
Un resto de población subsiste
y vive como conejos en madrigueras;
mientras,
en los foros internacionales,
hablan de galgos y podencos
y el pueblo va siendo fagocitado
por la lava de la ambición ajena.
¡Adónde ir!
¡Qué maldición es esta!
¡Adónde ir!