La luz del alba ha desdibujado
tu sombra como un difumino.
Se me ha esfumado tu silueta
en el misterio de lo intangible
y he arruinado mi noche en vela.
Te tuve en mis brazos. Con mimo,
con dulzura. Te tomé por la mano,
acaricié uno a uno tus dedos,
me columpié en la palma,
me paseé por los trastes de tus nudillos
y hasta ascendí a tu codo
para luego dejarme caer
hacia el tobogán de tu pecho.
Tu aroma certificaba tu presencia,
así como tus susurros y jadeos,
y daba armonía a la oscuridad.
No recuerdo haberte besado
y tampoco mis labios saben a miel.
Guardo tu música en mis oídos
como reliquia imperecedera;
pero la alarma, a la hora empunto,
y la claridad del amanecer…
Estoy resuelto:
voy a atesorarte por siempre.
Es bien sabido que el verdadero amor es un tesoro, Francisco, y dicho como lo dices en tu poema, se guarda por siempre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchísimas gracias, Rafael, por tu valoración.
EliminarUn abrazo.
Un tesoro así hay que cuidarlo mucho porque es muy valioso. Siempre tan romántico en tus poemas. Saludos
ResponderEliminarNo es ficción, Charo, es lo que me sale. Muchas gracias.
EliminarUn abrazo.