Esa mano siempre extendida,
firme, delicada, frutal y
amorosa;
ese agarradero al que asirme
con fijeza
en la dulce bonanza y en la
ácida bruma;
esa dársena a la que me enclaustro
y medito los pasos pespunteados
consecutivo;
ese caminar solapados en
paralelo
por los meandros de la vida
corriente
hacia el batiente de la
desembocadura;
esa ilusión sostenida sobre
núbil arpegio
o estadios, y algún que otro
desmayo laso;
ese sostén, esa tirante
tersa, ese tesón,
esa fe, esa furia, esa
fuerza, esa pujanza,
esa cadencia de junco tenaz y
dúctil
por el que enroscarme al
obelisco
de tu sinuoso delineado
talle jacarandoso,
donde el otoño sigue siendo
floral
banquete a degustar candeal
pan y generoso vino.
Esa mano con la que te
injertaste en mi vida
y nos hicimos recíprocos sin
darnos cuenta…
Esa mano, esa mano, esa mano
tuya.