A
Ana Chacón
Ella es unas manos
dotadas de vivacidad,
manos que surcan el barbecho
de mi espalda quejumbrosa
en el otoño de la vida
con el acero dúctil de sus
dedos,
dedos que desbrozan
y desterronan las
contracturas,
desatando los nudos
del fardo que me aplasta.
Se interesa por mi seso.
Su conversación es dilatada,
amena como ungüento
que alivia el tormento
reparador al que me somete,
y su sonrisa sonora y
modulada.
En el rubor de la desnudez,
─esa que linda con la
frontera blanca
de la intimidad
donde todo adormece─
no siento indefensión,
tan solo el azote de su
aguerrido empeño
desde la nuca a los pies.
Ella es unas manos
idealizadas
con las que mi cuerpo sueña
indefectible, cuando llora
mi lastimada espalda
gimiendo su nombre.