Cuentan que era un año de una sequía extraordinaria. Por tercer año consecutivo apenas si había llovido y en aquella ocasión pasó la estación de las lluvias sin que cayera una sola gota. Balaba por el prado con desesperación un cordero, algo famélico, sin encontrar una brizna de hierba. Le salió al paso un ser extraño. Iba tañendo una lira, tocado con un sombrero de ocho puntas, calzas color cuero hasta las rodillas y un jubón verde. ¿Qué te sucede, corderito? Tengo a mi madre tan mayor y enferma que no puede salir a pastar; por mi parte, no he conseguido ni siquiera un bocado en todo el día andando de acá para allá. Toma estas cinco varitas, pero cuida de no perderlas, pues son mágicas. Nada más recibir las varitas desapareció aquel ser extraño como por hechizo, lo que le hizo albergar esperanzas de que realmente fueran varitas mágicas. Tenía tan hambre que estuvo tentado a comerse una de ellas, pero se contuvo hasta llevárselas a su mamá. De camino hacia el viejo y desolado aprisco, se encontró un asno con tanta hambre que no podía ni siquiera rebuznar y le entregó ganas de comerse una de las varitas. Más adelante fue encontrando otros animales a los que, viendo el estado tan desesperado que padecían, les fue entregando a cada uno una de las varitas, de forma que al llegar junto a la madre sólo le quedaba una y la compartió con ella. En cuanto terminaron madre e hija de mordisquearla, aun rumiándola, comenzó a llover con intensidad al tiempo que caía la noche. Por la mañana, al despertar, todo alrededor era de un verdor exuberante y con un penetrarte aroma a hierba fresca. Aquel ser extraño no hacía milagros, pero conocía los mecanismos multiplicadores del compartir.
Anteayer me hacía eco de la fría estadística del paro en nuestro país y hoy me pide el cuerpo hablar de la generosidad de las personas. Doy testimonio que en estos tiempos de crisis agudizada se han incrementado los ingresos de forma extraordinaria en las instituciones de caridad. ¿Saben ustedes por qué? Porque mucha gente es solidaria con los padecimientos ajenos. Los periódicos y los telediarios sólo hablan de desastres, de los más ruidosos de la sociedad, pero hay mucha gente buena de la que no se suele hablar en los medios.