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29 septiembre 2022

LA INGRAVIDEZ



 

Para alguien que como

yo lleva plantillas ortopédicas,

y la marcha hace tiempo

que dejó de ser atlética,

la ingravidez es el foco de atención,

el milagro incomprensible

y la evanescencia

después de un deboulés

que sube a los cielos como algodones

o plumón de ave cuasi gaseoso.

 

Su cuerpo es de porcelana,

pero flexible como un junco;

sus piernas bien fornidas

guardan celosamente el secreto

de muchas horas de duro trabajo

con las que lograr tal elasticidad.

 

Pirouette, soutenu, piqué,

para rematar

con la fuerza de la pierna contraria

en un fouetté que sublima la contorsión

en humareda que asciende ingrávida,

como exenta, salvo de volumen.

No me canso de mirar y admirar

el ángulo obtuso de piernas y brazos,

la flexibilidad sobre natura

de todos sus miembros

y la elegante armonía y dulzura

de quien trabaja duro sin mostrar esfuerzo.

19 septiembre 2022

EL BIENESTAR

 


 

Alguien decide un buen día

trazar un polígono industrial

en aquella haza donde

las escasas higueras

sobrenadaban entre la viña.

 

Es posible que alguien se haya enriquecido,

pero la pobre suerte

ha caído en desgracia

y ni los pájaros pican las uvas,

ni el pasero encontraría hoy su ser

en medio de calles paralelas

grasientas y ajetreadas.

 

Hay una memoria anterior a la industria,

donde los días transcurrían apacibles

al ritmo de las estaciones,

de las labores y de las cosechas.

 

Aquello era un pasar, la supervivencia,

la permanencia, y estaba supeditado

a las inclemencias meteorológicas…

Todavía deben estar por ahí

las huellas de los abuelos…

 

El bienestar, se cree hoy,

no siempre acude a lo primario

sino más bien a las tecnologías.

Los abuelos no entenderían

lo que hoy llamamos progreso

y hasta es posible que se preguntaran,

¿pero es esto el bienestar?

14 septiembre 2022

MIS MANOS VACÍAS



Mi adolescencia era un folio en blanco

fajado a la ilusión del trabajo,

cuando todavía la pelusilla

no me ensombrecía la cara.

 

Grácil. Agraciado. Aniñado.

De poca estatura y el deber como norte,

días por los que agradezco

no haber descarriado en ninguna penumbra.

 

Me fui haciendo hombre,

mientras aprendía y asumía responsabilidad,

alumbrado por la lámpara

rudimentaria de mi entendimiento.

 

He visto cómo más de un cuerpo de cristal

estallaba y se hacía añicos…

Yo aprendí lento y en silencio, como en un sueño

en el que cada vez se desvela un misterio.

 

Cuando tras el último respiro me pidan cuentas,

mostraré mis manos vacías

y las llagas que el día a día

ha ido dejando en mis manos.