Mi adolescencia era un
folio en blanco
fajado a la ilusión del
trabajo,
cuando todavía la
pelusilla
no me ensombrecía la cara.
Grácil. Agraciado. Aniñado.
De poca estatura y el
deber como norte,
días por los que agradezco
no haber descarriado en
ninguna penumbra.
Me fui haciendo hombre,
mientras aprendía y asumía
responsabilidad,
alumbrado por la lámpara
rudimentaria de mi
entendimiento.
He visto cómo más de un
cuerpo de cristal
estallaba y se hacía
añicos…
Yo aprendí lento y en
silencio, como en un sueño
en el que cada vez se
desvela un misterio.
Cuando tras el último
respiro me pidan cuentas,
mostraré mis manos vacías
y las llagas que el día a
día
ha ido dejando en mis
manos.
No tengo llegas, mi trabajo era blanco, pero me identifico con tu poema.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un abrazo, Emilio.
EliminarPero que bien escribes. Que fácil es formar imágenes a partir de tu textos. Un abrazo
ResponderEliminarBello poema, sabes llegar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Satisfacción es lo que más debes sentir, de haber hecho las mejores elecciones, para ser el hombre tan íntegro que eres.
ResponderEliminarUn abrazo.