Siempre es virulento y
seco el verano,
también esperado y
arrebatado:
escasez de agua, fuegos
por doquier…
Lo recibimos contando los
días
como el preso cuenta hacia
atrás
los que falta para su
cumplimiento.
Aunque no al alcance de
todos,
quien puede permitírselo
puentea el clima
y siente en su cuerpo la
sensación que desea,
sin esperar a que se abran
los cielos para todos.
Los veranos de mi infancia
debían ser tan calurosos
como el presente,
pero nadie contaba con
medios para manipularlo
y todos tan contentos como
sudorosos.
Más que por el calor o el
frío,
las estaciones venían
marcadas por los frutos,
y en frutos el verano
siempre fue generoso.
Todo comenzaba con las
peritas de san Juan,
seguidas de cerca por
ciruelas,
albaricoques y duraznos,
para luego
ser pródigo en higos
chumbos, melones y sandías.
Las casas olían a frituras
y el pisto era el rey de
la temporada;
como hoy viene todo del
super,
todo viene envuelto en
plásticos
y todo es igual de
insípido.
Entre agosto y septiembre,
las uvas,
y también los higos en el
pasero
meditando el invierno, y
las granadas
creando una corteza de
pergamino
para perpetuarse en todo
su frescor.
Hoy hemos renegado al
sabor
por la abundancia, y
masticamos sin saborear,
como tampoco gozamos de lo
que tenemos
porque el tener y acumular
no se sacia nunca.
Recuerdo cuando se hablaba de los frutos de temporada, hoy hemos engañado al clima y no existen esos frutos que solo se daban en invierno o en otoño, así nos va.
ResponderEliminarUn abrazo.
Finalmente seremos nosotros los engañados, Emilio.
EliminarUn abrazo.
El que más tiene más quiere y así ha sido desde siempre.Saludos
ResponderEliminarEran otros tiempos. La frutería olía a maravilla, especialmente los duraznos (melocotones) La sandía era puro jugo dulce y llena de semillas que las de hoy, por arte de magia, vienen sin semillas. Un raconto adorable de tiempos pasados.. Saludos
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